

¿Tiene sentido “escoger” entre el candidato que daría prioridad al otorgamiento a sus socios de contratas de obras menores que podrán construir con material de la peor calidad cotizados al Estado como los mejores y el que de inmediato iniciaría la construcción de otro Metro dando oportunidad a sus socios de manejar dinero a raudales en presupuestos que nadie controla? Las elecciones del próximo viernes, lejos de ser una fiesta de la democracia constituyen una exposición de la desfachatez y un retrato de la podredumbre.
Los comicios en este país son sólo una mascarada para dar apariencia legal a un pacto contra las mayorías. Se trata de una estafa, porque las promesas de mejorar las condiciones de vida de las mayorías sólo sirven para envolver la pretensión de repartirse los recursos del Estado y acceder, mediante los mecanismos del poder, a caudalosas fuentes de dinero y de prebendas.
Las deficiencias en los servicios básicos continúan y los gobiernos sólo cumplen con el compromiso de favorecer a quienes han auspiciado la llegada al Palacio Nacional de sus representantes.
Son colocados entonces en el Estado los funcionarios que buscarán argumentos para justificar la estafa política y seguir aplazando sin tiempo fijo la enorme deuda social acumulada.
Del mismo lodo están salpicados Leonel Fernández, Miguel Vargas Maldonado (secretario de Estado durante el pasado gobierno y ligado a grupos retrógrados por definición). El mismo hedor cargan los demás candidatos, a excepción de uno a quien sí se le debe señalar que no ha sido capaz de asumir una línea coherente de cuestionamiento al sistema como conjunto.
¿Qué puede salir de las urnas si no el mismo producto? Sencillamente asqueante. Fuente: Lilliam Oviedo . . . El Nacional
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