El legado de Auschwitz


Los reiterados tributos oficiales a las víctimas de los campos de concentración europeos, creados durante la Segunda Guerra Mundial, pareciera que iban a poner un fin a su lógica del genocidio. A comienzos del siglo XXI es difícil creer que sea éste el caso. Las guerras de los Balcanes, las atrocidades que se sucedieron en África y en las guerras de Irak y Afganistán señalan más bien una espantosa regresión histórica. Las masacres y genocidios, los desplazamientos de millones de humanos, el confinamiento masivo en campos de concentración o de refugiados y, no en último lugar, los movimientos migratorios provocados por la pobreza y la destrucción ecológica no han cesado de multiplicarse.

Aunque jurídica y mediáticamente se contemple como una realidad aparte, el flujo migratorio masivo de nuestros días obedece a los mismos principios: la expansión territorial de poderes corporativos, crecientes desigualdades económicas y sociales entre las naciones ricas y las regiones neocoloniales, la degradación ambiental y la violencia. Sus cifras son asimismo turbadoras. En Europa existen 83 millones de inmigrantes legales y un número indeterminado, entre 4 y 7 millones, de denominados “sin papeles”. En Estados Unidos la cifra oficial de estos inmigrantes no legalizados asciende a 12 millones.

En lugar de confrontar las causas de este desorden global, los intereses económicos y militares que lo sostienen, los líderes mundiales han optado por la criminalización de sus víctimas y la militarización de sus conflictos. El propio concepto de “inmigrante ilegal” es una construcción tan arbitraria. El término fue acuñado por el colonialismo británico para combatir una indeseada inmigración de judíos a Palestina en los años de su persecución nazista en Alemania. Las frases sobre la amenaza que estos inmigrantes representan para el mercado laboral, su viciosa asociación con el crimen organizado y las retóricas de su no integración nacional encubren el efectivo desmantelamiento de los derechos humanos a escala global.

Los campos de detención y concentración, y la militarización de los movimientos migratorios generados por las guerras, la miseria y el expolio no son precisamente una solución a estos dilemas. Son parte del problema. Sólo la confrontación transparente de la creciente extorsión económica de las regiones más ricas del planeta por poderes corporativos multinacionales, de las causas reales del deterioro ambiental, y de los tráficos de armas y humanos, y sólo la implementación de auténticos programas de desarrollo sustentable podría poner un punto final a esta lógica del genocidio: el legado de Auschwitz. Pero la condición primera para poder encontrar una solución a estos dilemas es su debate público. Fte: Rebelión

(Este artículo ha sido censurado por El País, de Madrid, en el momento en que los líderes europeos administran la expulsión de millones de inmigrantes ilegalizados.)

Publicado por: Sócrates Mercedes.-

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