Las vacas sagradas pastan tranquilas rumiando los beneficios que la intocabilidad les garantiza. El carnicero judicial no tiene cuchillo con filo adecuado para descuartizar animales tan exquisitos. El pueblo está comprando a diario carne de tercera vendida por las autoridades como si fuera el mejor de los filetes. Los investigadores enlazaron con presteza las vacas flacas del potrero criminal y, con malos cortes, distribuyeron este magro material. El pueblo, que esperaba hincarle el diente a la masa, sólo consiguió ración de malos cueros. El villano, por allá, reducido a falsificador de documentos. La villana, por aquí, convertida en trabajadora social. hfigueroa/DL
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