Lo peor, para un país, es el desencuentro entre la política y la economía. Las crisis, a menudo, son provocadas por ese desencuentro entre las dos ciencias. La política recibe aliento de lo que reparte; la economía, de lo que invierte. La política que no distribuye es impopular; la economía que no invierte no es rentable. La prodigalidad política, a precio de la bancarrota futura, gana apoyo presente. La austeridad económica, a precio de los disgustos presentes, consigue progreso futuro. El equilibrio entre lo que se reparte y lo que se invierte garantiza un encuentro eficaz entre política y economía. hfigueroa/DL
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