Sociedad y valores

En nuestros días, la imagen parece ser la única categoría a través de la que se expresa y se libera el tiempo subjetivo. La imagen es la idea misma de la transformación infinita. ¿Cuántos conocían a la humilde muchacha llamada Sobeida Felix Morel para gozar un poco con sus éxitos, o morir un poco con su muerte? Cuando bajaba del avión que la trajo detenida desde Puerto Rico, su cartera Vuitton, su ropa deportiva, su tenis de 700 dólares; lo artificial tendía a construir lo común en la materia mágica que consiente toda la hipocresía social que nos gastamos. Era la perversión de la imagen lo que bajaba por las escalerillas del avión.

Lo predominante en la sociedad dominicana es el parecer sobre el ser. ¿Cómo vino a ocurrir que todo el país se instalara en la tranquila certidumbre de un desenlace que asumía la talla de un signo, en la imagen que el público busca a través de los temas superficiales de la mitología contemporánea? Todo ello ocurrió porque la imagen de Sobeida transformó el sentido de los hechos y su captura se convirtió en una heroización totalmente distinta a la realidad de su vida criminal como única prenda fugaz de sus atributos. Entonces surgió el poder de transmutación propio del espectáculo y del culto. Sobeida se trascendió a sí misma.

La humilde muchacha se convirtió en un símbolo que alaba la anarquía simpática de una sociedad sin valores, hundida en la guiñada trágica de la corrupción generalizada, perdida en el mito burgués del individualismo que todo lo justifica. Cuando los políticos dominicanos se desgarran las vestiduras por el alto nivel delincuencial de la sociedad, olvidan que ellos son el paradigma exitoso, y si en esos estratos de la vida social el enriquecimiento ilícito y el robo descarado de los recursos públicos se legitiman como algo natural, los antivalores serán una carta de triunfo. ¿Cómo tener una idea cabal de la justicia, si interactuamos con políticos y funcionarios poseedores de fortunas obscenas, inconmensurables, extraídas de la corrupción que la práctica política toda ha permitido?

Por eso, cuando frente a la imagen de Sobeida se rasgan la vestidura, la pobreza de sus carnes en la desnudez que exhiben no es martirio, sino máscaras, rostros pintados, lisura de la ambigüedad aterradora entre lo que dicen en la tribuna y lo que esta sociedad está cosechando de la forma como han fracasado nuestros líderes en organizarla, y de los valores con los que, en rigor, actúan.

Sobeida es el espejo en el que todo el país se refleja en este momento. La sociedad dominicana es tan parecida a ella, ha transformado tantas infamias en hazañas, que la envolvió en la alquimia del favor popular y de pronto se nos hizo familiar a todos. A fin de cuentas, ¿qué separa su cartera Vuitton, del exhibicionismo de un corrupto que tiene mansiones y millones? Andrés L. Mateo/CD


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