El loro, testigo principal (¡sorpréndase usted!) del asesinato de la domínico-italiana María Altagracia Castillo, ha quedado mudo. La razón: las constantes mudanzas producto del miedo a las represalias de los matadores de su ama. La familia, dueña del emplumado testigo, se encuentra presionada por la vigilancia sospechosa de carros desconocidos. Se afirma que el loro dijo algunos nombres. Ahora, calla. No debe extrañarnos. La delincuencia nos tiene a todos arrinconados. El silencio ante el flagelo es el gesto dominante. Las autoridades, también callan. La impunidad se impone. El loro nos devuelve el silencio de la sociedad. Estamos todos mudos. hfigueroa/DL

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