Juan Bosch, ese ser que murió en la torpeza de no encajar en una sociedad corrompida y anárquica

Han terminado los homenajes a Juan Bosch, ese ser que murió en la torpeza de no encajar en una sociedad corrompida y anárquica.

Fue un hombre insatisfecho, rabioso, que vivió en carne propia todas las amarguras de no encontrar en los círculos de su propia creación la pureza de vida que anhelaba. La imagen que de sí mismo le proponía a la sociedad no lo ayudó a sentirse cómodo, y de vez en cuando estallaba la enorme carga de rabia que llevaba dentro, como un menoscabo, como la, un poco ingenua, sensación de impotencia frente a una pequeña burguesía que él describió con lujo de detalles, y que al final, le jugaba la mala partida de desnaturalizarlo todo.

Su muerte no ocurrió el primero de noviembre del 2001, sino unos años antes, en aquel mitin del llamado Frente Patriótico, en 1996; cuando ya desvalido, sin la gallardía que atesoró durante toda su vida, arrinconado en un limbo de mansedumbre y sin sus facultades alertas, la pequeña burguesía contra la que él alertó hasta enronquecer, mordida por las ansias de poder, se lo entregó sin remordimiento a su antagonista proverbial e histórico: Joaquín Balaguer.

Ahora es un símbolo maravillosamente útil para hacer creer lo que no se es. Durante el año que le dedicaron se le desplegó como bandera, se le esculpió como si su imagen fuera la reivindicación de todos sus sueños, y envolviéndolo en una especie de escalera retórica lo petrificaron en la manipulación engolada y el despojo. Ahí ha quedado, el pragmatismo lo confinó a ser un ícono muerto, y sus ideas tatuadas en un círculo de cenizas, fueron alejadas como si se tratara de una mala bestia. Las dos categorías fundamentales que atravesaban su pensamiento: la ética como base de la práctica política y la conversión del partido en un proyecto social, se han prostituido; y lo que impera es una arrogancia o un hartazgo provocado por la insoportable ambición de riqueza.

Ya se acabaron los homenajes. Todos de vuelta a la brega de agenciarse sus contratos, de concebir las comisiones como normales, de moverse como termitas infatigables que roen el erario.

Ahora Juan Bosch duerme tendido en el indomeñable lecho de sus frustraciones. La corrupción en el gobierno del partido que él fundó es equivalente, o superior, a la que él combatió con su prédica y su ejemplo de vida, en los gobiernos del PRSC o el PRD; y su sueño de convertir el partido en un proyecto social se desmigaja en los numerosos proyectos individuales de enriquecimiento personal de la pequeña burguesía del PLD.

Ahí está la cantata de su ética flameando como un discurso de deseo que pasma únicamente a los pendejos. Ahí está su ética que mortifica a los cínicos, instalada en la torpeza de no encajar en una sociedad corrompida. Sin homenajes. Andres L. Mateo/CD


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