Cada cierto tiempo, en América Latina y el Caribe se captura algún capo del narcotráfico. En la búsqueda y captura, estos personajes adquieren dimensiones míticas, a tal punto, que la población, consciente o inconscientemente, se identifica con ellos.
Así, lo que tiene un origen negativo, se convierte en una historia de connotaciones atractivas. A veces el capo se transmuta en un personaje de beneficencia, como en el caso de Quirino, y en otras es material de espectacularidad cinematográfica, como en el de José Figueroa Agosto.
En ningún caso, sin embargo, el apresamiento o muerte de un capo se ha traducido en menos drogas; el mercado sigue operando tan campante.
En ningún caso tampoco se desmantelan las redes de funcionarios públicos, civiles y militares, que sirvieron de sustento a las actividades ilícitas que comandaba el capo.
No hay razón para suponer que en el caso de Figueroa Agosto será diferente. Con su tatuaje perfectamente dibujado en sus fornidos brazos, su pelo y barba al descuido, el fugitivo puertorriqueño se ha hecho desafiante y legendario, a tal punto, que cuenta con devotos y entretiene a otros.
La semana pasada, en medio de los sucesos de captura, escuché a una joven decir que debían soltarlos, a él y a Sobeida, porque no había nada que probarle.
Para un segmento de la juventud que sigue estos episodios, más que generar miedo, la trama telenovelada por los medios de comunicación se convierte en actos de suspenso, y como ocurre con todos los entretenimientos, el vínculo emotivo cumple la función de éxito del narco.
La captura termina siendo atracción, más que una solución. La comercialización de la droga prosigue, porque es producto de un sistema de oferta y demanda. Si no la trafica José, lo hará Juan, si no la vende Pedro, lo hará Pablo, porque hay muchos José, Juan, Pedro, Pablo, María, o Mercedes que la comprarán.
En la historia de los capos aparece con frecuencia alguna mujer que introduce el factor de la sensualidad. Este papel le tocó a Zobeida Félix, también convertida en objeto de suspenso y atracción por las autoridades dominicanas y por los medios de comunicación.
En una conferencia de prensa, hace varios meses, las autoridades dominicanas aportaron los detalles de las mujeres del capo, y con su llegada al país la semana pasada, la narración de los medios ha resaltado la frivolidad: llegó con cartera de diseñador, se maquilló, se rió, y secreteó a su ex marido.
Como en todas las cortes del reino de este mundo, hay muchos personajes involucrados. Están los cortesanos lavadores. Son mercaderes que compran y venden para encubrir las operaciones del capo. Construyen castillos de fortuna y por algún tiempo pagan en celdas el precio de su riqueza no legitimada.
La captura de algunos de estos personajes constituye la antesala del apresamiento o muerte del capo.
Pero los cortesanos n o son todos de la misma estirpe. Hay políticos y militares; esos que en al argot dominicano se llaman “pejes gordos”, “tiburones” o “vacas sagradas”.
Su derrumbe del pedestal siempre se anuncia, pero casi nunca se produce porque ahí radica el verdadero poder político.
El caso Agosto-Sobeida se ajusta perfectamente a la versión tele novelesca de los capos. Gallardía, romance, sensualidad, fortuna y suspenso.
Las autoridades civiles y militares, y los medios de comunicación se han encargado de escribir el libreto para consumo de la población, resaltando el glamur y lo accesorio, no la tragedia de una sociedad atontada por la droga, atemorizada por la criminalidad, y atónita ante las fortunas ilícitas que se generan. Rosario Espinal/CD

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