Contrariamente a nuestro país, digamos que a los Estados Unidos les tocó la suerte de que sus primeros colonizadores, un grupo de cristianos europeos perseguidos por la religión oficial, estuvieron, además, obligados a convivir como iguales porque los nativos de la zona nunca se dejaron esclavizar, gracias a sus estructuras tribales autárquicas, y a los vastos territorios para escabullirse. La idea de un rey o un tirano, y menos la de un sistema de clases o castas, no prosperaron entre ellos.
Los quisqueyanos, desde el principio, vivimos bajo un Estado ajeno, alienado y alienante, al servicio del rey o de sus corruptos súbditos y de la élite de los colonizadores; Estado originariamente fallido en cuanto a resolverles a los nativos y a los esclavos traídos de África.
Los siglos subsiguientes produjeron cambios importantes, pero el esquema fundamental ha persistido. Frente a un Estado abusador, mentiroso, explotador, extranjerizante, ni las propias élites locales han podido superar la idea del Estado como una entidad ajena, enemiga, desconfiable; reforzada por los tiranos y los gobiernos corruptos, por lo cual, las propiedades públicas o del Gobierno no tienen quien las defienda, y el dominicano común piensa (¿) (¡todavía!) que revelarse y desobedecer las leyes es una cuestión de supervivencia y de orgullo. Por ello, a la caída del tirano, las gentes saquearon oficinas públicas, llevándose puertas, escritorios, y hasta mosaicos e inodoros. Como afirmaba el editorialista de La Información, El Censo Nacional tiende a ser resistido por empresarios y ciudadanos, quienes sospechan que toda indagatoria que proviene del Gobierno “tiene intenciones inconfesas”.
La historia de las iniquidades que se hacen con el patrocinio del Estado, la Ley y la Fuerza Pública es tan larga e infame, que el ciudadano común no se aproxima siquiera a considerar que tirar la basura en la calle daña el medio ambiente de todos y cuesta dinero de su bolsillo. El llegar al Gobierno a hacerse compagina con la actitud de tolerancia a la corrupción, al nepotismo y al clientelismo, y a todo tipo de depredación del Erario.
Afortunadamente, el “maleficio” no está en el alma nacional, de los dominicanos; ni en cultura, tótem, tabú o hechizo algunos. Tampoco en una supuesta idiosincrasia de tropicales, mulatos o híbridos raciales, aunque sí tenga que ver sentimientos de inferioridad insuflados, producidos, heredados desde las sucesivas formas de colonialismo y avasallamiento de las potencias invasoras. La tarea es menos compleja y difícil: Reconvertir el aparato administrativo y su personal; reeducar y sustituir por personas idóneas a los que ocupan posiciones en claves de gobierno. Convertirlos de depredadores a servidores. Con dos o tres gobiernos más o menos decentes y eficientes, saldremos a camino.
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